sábado, 27 de agosto de 2011

Los otros...



Podría fijarme en los rostros de todos los que pasan por aquí. No es complicado recordarlos, y sus nombres corresponden con lo que ellos son. Saludarlos, estrecharles la mano, mirarlos fijamente a los ojos; esas son acciones comunes cuando se va a conocer a alguien, o cuando se va a saludar. Normas de cortesía, como le dice el vulgo. Todo es normal para ellos. Respirar, hablar, cantar; acciones verbales que indican lo que están haciendo. Aún así, no sé por qué lo hacen, por qué tantas sonrisas o tantas lagrimas; por qué los abrazos. Una necesidad física de ser y estar sofocados. Ser sentidos. Creo que es porque necesitan eso, saber que alguien más está allí, y que los otros los reconocen. Porque tal vez le temen a la soledad, y saber que están solos y que se van a quedar solos les da miedo. Tal vez por eso lo hacen. Una necesidad imperiosa. A lo mejor les fascina sentirse sudados, tal vez se sientan mejor estrechar sus cuerpos desnudos y empapados de sudor, gritando y gimiendo haciendo algo que en realidad no resulta placentero. Pero así son. La mecánica de la vida, como la llaman. No queda otra, pues uno vive y se relaciona con ellos, con los otros. Por eso hay que adaptarse, aunque uno no los entienda, aunque ellos sean insoportables, pero hay que descubrir por qué todos ellos actúan de esa forma tan incomprensible e ilógica.

martes, 9 de agosto de 2011

De referencias



   Todo lo que hago es esperar. Escapar es una opción, pero no la apropiada. El ruido se hace más intenso, mientras tanto miro al cielo; algunos consideran que estoy loco. Hasta me mandan a un cuarto oscuro para que, según ellos, tome un poco de descanso. No es así. Aquí nadie duerme. El ruido es insoportable, hay un loco que se cree el fantasma de la ópera, sin saber siquiera que ese musical es una farsa (me lo dijo el del cuarto de al lado, quien dice saber mucho de esas cosas). A pesar de los gritos, puedo leer un rato; y a pesar de que lo intento, no puedo contener mi emoción de leer a Petrarca (gran piedra en el zapato es este libro), pues es poesía pura, no importa el italiano, con un diccionario resuelvo. Me intriga saber quién fue esa tan mentada Laura, pero aquí la biblioteca está prohibida. Como si los libros volviesen locos a la gente, como le pasó a ese tal Quijote que no terminó en un manicomio porque en realidad no existió.