lunes, 28 de agosto de 2017

Casas Muertas: El olvido y la decadencia que se repite

Publicada en 1955, la segunda novela de Miguel Otero Silva (Venezuela, 1908 – 1985) narra los acontecimientos de un pueblo llamado Ortiz, ubicado en el estado Guárico, y que en su época fue la capital de dicho estado. El período que abarca va desde alrededor de 1890 hasta alrededor de 1930. La historia de este pueblo en decadencia nos es mostrada a través de Carmen Rosa, quien a medida que crece ve cómo todo su entorno se derrumba, y el golpe final fue la muerte de Sebastián. Precisamente con esto comienza la novela: “Esta mañana enterraron a Sebastián”[1], adentrándonos de esta manera en un relato lleno de recuerdos de un pasado que fue mejor frente a la realidad de un pueblo que se cae a pedazos. Así comienza una gran elipsis donde se nos narra, de una manera muy parecida a la de García Márquez, del esplendor de la Rosa de los llanos, de las fiestas a Santa Rosa, pero particularmente, de la tragedia personal de Carmen Rosa.


Pero primero debemos saber un poco del contexto histórico: para la época, después de tantas revoluciones y contrarrevoluciones, Venezuela llega a tener estabilidad política con la llegada al poder de Juan Vicente Gómez; esto, sin embargo, representó la opresión de la clase intelectual, y por otro lado, el abandono de la población; por algo el título de la novela no es gratuito; de hecho, al momento de escribirla, Miguel Otero Silva viajó al pueblo para recabar información, haciendo uso de su labor como periodista; de esta manera logra conservar parte de la historia de Venezuela, una historia velada para muchos, pues debido al aislamiento del país con el resto del mundo, y el aislamiento entre las regiones, Gómez vendía una imagen de país en progreso, mientras que en muchos pueblos, como este, la gente se moría debido al paludismo, y al abandono. Fueron miles de personas que murieron a causa de esta y otras enfermedades que, aunque tenían cura, por falta de medicinas no lograron sobrevivir. Nos dice el narrador que:

“La salida de aguas arrojó sobre Ortiz y sobre Parapara, sobre todos los caseríos contiguos, una implacable marea de fiebre y muerte que amenazó con borrar para siempre los rastros de aquellos pueblos”[2]

Casas muertas representa esa desidia en la que estuvo sumergida Venezuela durante muchos años, y que cobra vigencia en la actualidad al ser un reflejo de la desidia que estamos viviendo en estos tiempos, pero al igual que Carmen Rosa, que a pesar de todo el dolor que vivió, siempre queda esperanzas; Casas muertas nos cuenta la historia de una sociedad que recordaba sus años buenos, la frustración de la gente de no poder hacer nada, del abuso de autoridad; es un espejo al cual debemos mirarnos para entender mejor la coyuntura actual, la avidez de obtener el poder a costa de lo que sea, mientras que son los otros, los “Celestinos o Diego o José del Carmen”[3] quienes sufren.

Es por ello que es vital revisar de nuevo esta obra para mirarnos bien en ese espejo y lavarnos la cara, y entender que podemos volver del camino de Palenque.[4]

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en Acracia pour les porcs, y lo reproduzco acá en Memoria a Miguel Otero Silva.



[1]Todas las citas son tomadas de la edición de  Los libros de El Nacional, colección Ares clásicos, p27
[2] Op cit. p108
[3] Op cit. p107
[4] Palenque fue un campo de trabajos forzados donde muchos presos políticos iban a parar, y del cual se decía que no había retorno.