jueves, 29 de agosto de 2013

Carta a M

Irene. La recuerdas a cada instante. Recuerdas el día que se marchó de su casa. Pensamos que daría una vuelta, y estuvimos esperando toda la tarde, el día siguiente... de hecho esperamos varios días, pero nos resignamos a que no volveríamos a verla. Te quedaste pensando, desconsolada si algún día volvería. Extrañabas charlar con ella sobre libros y técnicas de costura. Los días se te hacían largos, y cuando yo regresaba del trabajo te encontraba un poco desconcertada. Entonces me decías que no tiene sentido que exista el tiempo, que las cosas ya no tienen ningún orden y que para qué llevar la cuenta de los días si todos son iguales, inexorablemente los mismos con la decadencia del mundo. Entonces llorabas, porque sabías que a partir de ese momento estarías sola. Es verdad, me tenías a mí; pero a diferencia de Irene, yo no leía sino sólo los magazines deportivos, y tejer era una aberración. Nada de esas cosas las sabía hacer. Entonces me dí cuenta de cuán susceptible eres. Tan frágil. Y yo en mis cosas; ir al fútbol o a la cancha con los amigos; ir y venir del trabajo, ver los noticieros... 

  Dónde estará Irene, repetías con harta frecuencia. Irene, la pobre Irene.  Tal vez desapareció en el borde de alguna colina. Tú y yo sabíamos que no estaba del nada bien. Aunque era agradable. Pero era tu confidente. Y eso fue lo que te desarmó. Yo no supe ser sino aquel a quién mirabas fijamente y le sonreías y le preguntabas ¿todo bien? con una sonrisa protectora, esa que ahora añoro. Y me doy cuenta que tu felicidad estribaba en que habías hablado con Irene sobre tal o cual libro, o por lo que escucharon en la radio sobre algún concierto al que me llevabas arrastrado o por la buena crítica que hacían hacia alguna película que a ambas les había gustado. Pero desde que se marchó así sin previo aviso... es verdad, tenía a su hermano. Y ella te había dicho que lo iría a buscar... ¿no será ese el motivo por el que se fue?

 El doctor me dijo que te podía escribir, pero que no te hablara de Irene. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer si tú me recuerdas a ella? Por ella estás aquí. Por ella te fuiste. Y ahora te extraño; no me di cuenta de lo peligroso que era. Sabes cuánto te quiero. Espero que alguna vez me puedas reconocer, como antes, y que te recuperes y vuelvas a casa. He adquirido el hábito de leer, así que no te aburrirás más porque ya sé hablar de libros. Sobre todo de ese donde se cuenta una historia de unos hermanos que dejan su casa porque al parecer había alguien más allí. Algo parecido a lo que le sucedió a Irene...

 Al irme miro cómo miras tus manos al mismo tiempo que sientes las gotas en tu rostro, y cuando miras al cielo imagino que sientes todo el miedo del mundo, como si las cosas no estuvieran en su sitio, y corres en busca de refugio. En ese instante piensas en el último concierto, la noche fuera del teatro y la oscuridad acechando los faroles. La cálida mañana en el jardín donde leías una de las tantas epopeyas. Y aún cuando estás temblando de ese frío que te cala los huesos, una sonrisa se dibuja en tu rostro, como cuando sonreías por cualquier gesto inútil que yo hacía para hacerte sonreír.