lunes, 31 de enero de 2011

Una pequeña historia contada al tiempo

 Primero debo aclarar que estas teclas ya no dan para más, y que puede ser inútil todo intento de repararlas. Puedo teclear duro y siempre habrá una palabra, una letra que pase desapercibida, porque muy pocos se dan cuenta de esos detalles. No estoy diciendo que mi máquina no funcione; todo lo contrario, el que no funciona soy yo. A esta conclusión he llegado debido a los últimos acontecimientos. Pero eso lo contaré otro día, porque ya el sueño me está invadiendo. Tengo que apresurarme a escribir esa historia que quiero escribir antes de quedarme dormido.
Alguien podría decir que la longevidad es algo extraordinario. ¡Feliz el hombre que llegue a los cien años! Y hay imbéciles que lo escriben en números romanos. La verdad no es nada agradable ni afortunado llegar a esta edad. Ya el cuerpo no funciona. Los cien años, al umbral de la muerte. ¿Es esto motivo de alegría? Yo no lo creo. Ya no aguanto los dolores, no puedo caminar y mis necesidades ya no las puedo hacer por mí mismo; siempre hay alguien que me está llevando, si es que hay alguien. Pero como dije voy a contar una pequeña historia. Pero será en otra oportunidad, necesito descansar, mañana a lo mejor podré acordarme de todo lo que he dicho hoy.

miércoles, 19 de enero de 2011

Recuerdos

  Todos los recuerdos se agolpan, todos. Y estallan, forman partículas que nos hacen saber que están ahí, porque viven dentro de nosotros, y de repente suena la música que alguna vez habíamos olvidado, y caen como gotas, burbujas, melodías que nos encantan y nos llevan hacia atrás, en un viaje en el tiempo, para ser atemporales y sonreír o llorar; convertir la nostalgia en dicha cuando escuchamos la lluvia de los pensamientos caer sobre el mundo que nos rodea.

sábado, 15 de enero de 2011

El paseante

 El hombre miraba el suelo, como si lo quisiera traspasar. Se preguntaba qué podría ocurrir si de repente era tragado por esa masa sólida que lo sostenía. A cada paso se imaginaba cómo se hundirían sus pies en una improbable caída y el lugar donde quedaría su cuerpo depositado. Y el infierno, lugar en el que no creía, se lo imaginó allí mismo, ardiéndole en los ojos, pero para qué pensar en esas cosas cuando se tiene la certeza de que nada ocurrirá, se decía mientras colocaba un pie delante del otro, acercándose al abismo