sábado, 25 de junio de 2011

Requiém





Dejarlos vivir. Vivir. Que inhalen y exhalen su primera respiración. Verlos abrir los ojos y disfrutar de la celebración de una nueva vida. Por una nueva vida. Todo eso ocurre mientras esperamos. Porque no sabemos cuándo será su última exhalación, la última vez que lo veamos con vida. Si es que a eso se le puede llamar vida; si ese estado en el que se encuentra es idóneo para vivir. Esa postración, su convalecencia, su agonía; eso no es vivir. Su padecimiento es lento; su muerte, agónica. Mientras otros celebran, saltan y ríen y se abrazan; mientras sacan fotografías y contemplan felices ese nuevo ser -un varón- nosotros estamos aquí, conteniendo las lágrimas, mirándole el rostro ausente, con aires de despedida, como si nos fuera a decir que se va a morir, como si supiera que se va a morir. Cada uno lo mira, y se quedan con sus pensamientos. Los recuerdos se activan, los sollozos en los rostros. Un último adiós que no se pudo concretar. Los gritos y los llantos, la inmisericordia y el dolor. Adiós perplejo. Adiós infinito. Doloroso.

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