sábado, 19 de marzo de 2011

Café Nocturno

  No se debería tomar café por las noches, no es bueno. La imaginación se rebela y no hace caso; hace lo que se le da la gana, y después es imposible detenerla. Y dormir también. Las horas se pasan; fantasmas. En eso se convierte el tiempo por las noches. Luego el insomnio. Mirar la oscuridad y encontrar recuerdos, cosas olvidadas y otras por hacer. Pensar en el futuro o en la soledad, la oscura soledad que está allí. La noche larga. La marcha de la angustia. Aparecen todas las cosas de pronto. Todo lo que está oculto surge. Eso maravilla al noctámbulo. Entonces un libro, un cuaderno y un bolígrafo o lo que se encuentre para capturarlos a todos. Porque están allí y luego se quieren ir, pero hay que atraparlos en las hojas, en las palabras que se configuran y surgen. Esa es su prisión, lo que usamos para recordar algo indefinido, para que no se vuelva a ir. Para saber que algún día fuimos algo. Y que hay mucho por hacer. Por vivir o caminar, como dicen los poetas. Y todo esto, todos lo saben, desaparecerá, así de pronto, hasta que exhale el último aliento de los atrapados por las palabras trepidantes que, como siempre, desaparecen.

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